el síndrome de los padres muertos

Sucede que cuando se nos muere un padre o una madre se nos queda la sensación de por vida de que no llegamos a estar completos, nuestra educación no está completa y por ende nuestra vida. Admito que la muerte puede ser real o espiritual, pero existe esa situación en la vida real y todos somos conscientes de ello. Cuando no es así, también lo admito, me da mucha envidia. Pero de la mala, de la fea.

Nos dejamos tanto por aprender, nos dejamos tanto por decir, que creemos que esa parte que nos falta es el ingrediente misterioso que hace que nuestra vida no tenga un sentido completo. E incluso podemos achacarle alguna que otra culpa, porque ¿quién sabe?
A medida que vamos creciendo, vamos viviendo, nos damos cuenta de que la pérdida no es lo único que duele. Pasaremos la vida incompletos por lo que nos han dejado de enseñar, por lo que no hemos sabido o podido aprender, pero también por lo que nosotros mismos ya no podremos enseñar.
El orgullo de ser reconocido por una relación intrínseca de afecto y admiración.
La relación retroactiva de la que todos nos alimentamos se rompe. El padre muerto, llegado a su tiempo, no será abuelo, pero tus hijos tampoco serán nietos. Se crea un corte en el espacio-tiempo que crea una incongruencia a corto y a largo plazo. Porque la ley natural debería ser que cuando hay un padre, o una madre, cuando hay unos hijos, y unos nietos, todos tendríamos que tener el derecho de disfrutar y aprovecharnos de todo lo que nos pueden dar cualquiera de esas relaciones, y así mismo, de todo lo que podemos dar nosotros mismos.

Porque hay veces en que sentimos este ‘síndrome’, y nos gustaría que hubiera una realidad paralela dónde todo resbalara como la mantequilla al sol, y nada fuera costoso.

En fin, solo era una reflexión. A veces me da por pensar y no estoy muy segura de que sea del todo bueno.

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